Confiar a alguien la propia vida es contarle nuestra historia. Es poner en sus manos el propio relato. Se le hace dueño de nuestra historia. Le contamos nuestra vida. Por eso es importante no regalar ese relato a cualquiera. Así, Jorge Manrique: "Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va".
Cuenta Coetzee en un artículo sobre Becket en el sumplemento cultural de ABC que la devaluación del franco francés después de la I Guerra Mundial atrajo a París en la década de 1920 a los artistas con ganas de viaje, especialmente a los procedentes del ámbito del dólar norteamericano. París es París; pero tiene su miga pensar en la relación existente entre las fluctuaciones monetarias y las migraciones de artistas.
Dostoyevski ubica en Sevilla la acción de La leyenda del Gran Inquisidor, un relato estremecedor inserto en Los hermanos Karamazov. Escrito a muchos miles de kilómetros del escenario original, sólo hay un fallo en la descripción del ambiente: en primavera, más que a jazmín, en Sevilla huele a azahar. Por lo demás, el ruso lo clava: las mismas piedras, la misma gente, el mismo aire. El silencio de los corderos ante el poder y, también, el silencio ante el Hombre Tranquilo que hace aparición en la plaza y se enfrenta, sin un grito, a ese mismo poder. Que nadie que siga a su conciencia espere recompensa en esta tierra. Sólo un poco de compañía al encontrarse con otros nómadas, gloriosos expulsados de la vida, en las cunetas de los caminos.
En general, no cultivo esta clase de vídeos. Pero éste me lo ha pasado mi hermana Pilar y lo he visto. Me ha gustado. Pero, sobre todo, me ha fascinado la reacción de la gente al comentarlo en YouTube. La gente. Esas extrañas criaturas que salvan al mundo del absurdo por el grosor de un cabello.
La socialdemocracia permite hacerse rico sin mala conciencia. El liberalismo anima al enriquecimiento y resuelve la cuestión de la mala conciencia mediante la caridad.
A veces, el mercado, la historia, la vida de las organizaciones, acepta la presencia de hombres tranquilos. Aparecen cuando el mercado, el contexto, los necesita o, simplemente, los hace posibles. Son momentos de oro para quienes aún confían en la honestidad y la inteligencia. Si llegan a ser reyes (recuerdo a Fernando VI en España), con ellos se abren épocas de prosperidad.