martes, diciembre 29, 2009

La levedad de una tormenta

Mirando la lluvia por la ventana, he visto un relámpago; me he metido adentro, asustado. Me dan miedo las tormentas. Me he acordado, no sé por qué, de que a Lutero también le asustaban. Si en aquella caminata por la campiña bajo los truenos y el aguacero le hubiese matado un rayo, nada sabríamos hoy de su voto de entrar en religión. Ni siquiera Lutero habría sido Lutero, ni sabríamos nada de él. Cada vida depende de cada instante, es presente continuo. Ahora bien, ¿qué vale mas, la vida de un caminante oscuro que cae fulminado por un rayo o la del hombre que abanderó la Reforma protestante? Todas las vidas valen lo mismo. Las diferencias están en las obras. Ni siquiera en el recuerdo de esas obras. En el actuar mismo.

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miércoles, diciembre 23, 2009

El mal de las piedras

Fito Paéz llama a las catedrales en una canción ruinas del fracaso de Dios. A veces, esa ruina se acelera. Cuando llueve, hay piedras que chupan el agua. Se la quedan. Eso da una apariencia a los muros como de edificios reumáticos, a la espera de que un niño con un palo escarbe y abra un agujero. Ruinas, la gran metáfora de los románticos. Una ruina no es un escombro. Porque los escombros no tienen alma. Las ruinas siguen tieniendo algo de la vitalidad de la yedra que las recubre.

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sábado, diciembre 19, 2009

Autoridad intelectual y personalidad moral

Koprotkin, en sus memorias, dice de Bakunin que su influencia se hacía sentir mucho menos como la de una autoridad intelectual que como la de una personalidad moral. La diferencia es sutil pero importante. Existe una diferencia esencial, no de grado, entre la razón y la pasión como motores de arrastre, como vectores de fuerza.

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miércoles, diciembre 09, 2009

Asuntos pendientes

Estoy leyendo ahora El Día D, la narración que hace Antony Beevor de la batalla de Normandía. Se nota que, como militar que es, le interesa el análisis técnico de la cuestión. Pero plantea con toda desnudez, a través de las historias de quienes participaron, especialmente las personas que no salen con nombre propio en las grandes monografías al uso, la ubicación forzada del ser humano al borde del abismo: el abismo de morir o matar. Sin alternativas. Pienso que cualquiera, yo mismo, hubiera podido verse en esa situación: es un asunto de mero azar estadístico-biográfico. Creo que esa cuestión, la de la II Guerra Mundial, ese mundo que hizo posible el exterminio de seres humanos en masa a escala industrial, con la mentalidad industrial de las cadenas de montaje, todavía no está resuelta. Da la sensación de que el mundo está sonado, se ha quedado sordo por el ruido de los cañones. Es posible que la aceleración del tiempo histórico haga más fácil olvidar, sobrevivir. Pero sigue viva la raíz que hizo posible institucionalizar la barbarie. Eso, todavía no está resuelto, no está pensado. Quizá porque ese drama se cerró en falso; había demasiadas cosas que callar, entre vencedores y vencidos. Y el mundo de hoy es su herencia. La herencia de nuestros padres.

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