domingo, marzo 25, 2007

Intercambios



El saber propio es limitado, desordenado y, casi siempre, logrado a ciegas. Quizá sólo se pueda ver claro repasando las notas a pie de página de los grandes espíritus de la historia. Imposible hablar seriamente con nadie si no hay, de partida, una clara conciencia de carencia, de algo por aprender, humildad intelectual. Si no, ir a la caza de la sabiduría es un esfuerzo vano. A veces parece como si, en el esfuerzo por saber, por conocer, por profundizar, se fuese a deshacer la masa encefálica. La pieza se escapa entre los dedos justo cuando iba a cobrarse. Saber qué, profundizar en qué. Quizá, como dice Jünger, en lo elemental. Sólo el control de lo elemental hace grande una existencia, se esté cuando y donde se esté. Y eso es incompatible con la frivolidad. Así, Justino: no es justo llamar filósofo a un hombre que en público da testimonio de lo que ignora.

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martes, marzo 20, 2007

El piso de arriba

Gente sonada. Un vicepresidente de una compañía multinacional no sabe qué hacer con sus hijos y les enchufa la tele. Claro, los hijos son más un logro, una conquista, que un regalo, un don. Ganar dinero para construirse una buena casa en una ladera frente al mar en un parque natural: se dice que eso es el sueño de una vida, pero sólo se disfruta de él 20 de los 365 días del año. Gente sonada. Ni siquiera en el piso de arriba del triunfo social hay vida propia: vas de montería con las mismas caras con las que te has peleado ayer por la tarde en un consejo de administración. Es difícil vivir ahí sin cocaína. Imposible respirar.

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lunes, marzo 19, 2007

Incertidumbres

¿Y hacia dónde vamos? Veo almas expoliadas en su más hermosa juventud. Gentes asesinadas por su propia voluntad. Nacen esclavos, a pesar de que vienen al mundo gritando: jamás una humillación, jamás una necesidad. Esclavos de su orgullo y de su ansia. Por ello, ciegos. Por ello, sedientos. Ciegos y sedientos, así van los hombres. Pobres. Hundidos. Miserables en un mar de abundancia donde la gente se muere porque sobra la comida. Qué salva. No lo sé. Quizá sólo salve la conciencia de saberse salvado. Conozco a gente que cree. Creo que creo (Vattimo). Quizá el viejo Baudrillard tenía razón y ya no somos capaces de creer, sino de creer en el que cree. Ni de amar, sino de amar al que ama. Más allá del significado religioso tradicional, ese estado es una suerte de creencia sin pertenencia (David Lyon). Creer en oposición a descreer, a ser descreído. A pesar de mí mismo, creo que creo. Y pienso que no da todo igual. Es mejor creer, confiar. A pesar, incluso, de la evidencia; es un instinto, casi un mandato genético, apenas una idea. Nunca, nadie, puede elegir el tiempo en el que vive. Casi nunca, el espacio. Pero a veces, sí se puede elegir el mundo en el que se vive. Y también el cómo.

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