miércoles, julio 28, 2010

Salir de la selva oscura

Lograr hacer lo que uno cree que debe hacer es difícil. No tanto por los obstáculos exteriores, por las circunstancias, como por la desorientación, por la pérdida de norte, por la ubicación del destino, del punto de referencia, fuera de uno mismo. A veces por la renuncia a la propia soberanía a cambio de aceptación en la manada, de reconocimiento social. O por hambre de compañía, de amor. Por puro desvalimiento, también, tras sobrevivir al hundimiento del mundo. Puede ocurrir, como le pasó a Dante, que en la mitad del camino de nuestra vida, nos veamos en mitad de una selva oscura, por habernos apartado del camino recto. ¿Y qué es el camino recto? La honestidad más absoluta posible con las propias motivaciones, con los porqués más profundos de las acciones, de las omisiones, de las decisiones. Si no se purifica la intención, si no se destila el fondo de la voluntad, el norte no está claro. Se mueve, como una aguja imantada. Porque depende de fuerzas exteriores, del juicio ajeno. La libertad tiene que ver con romper cadenas, sí. Aquellas que impiden actuar honestamente. Especialmente ante uno mismo. Sólo si se es honesto consigo mismo se puede alcanzar la verdadera libertad. Que es el verdadero conocimiento. Es importante, pues, cuando se llega a ese grado de conciencia, dar un paso más. Echarse a andar. Actuar únicamente bajo el convencimiento de que, sea cual sea el juicio ajeno, uno hace lo que cree que debe hacer. Eso es la libertad.

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lunes, julio 19, 2010

Alergias

Las alergias son un fenómeno frecuente, se dice, en las sociedades opulentas, aquellas en las que la gente muere porque les sobra colesterol. Donde falta colesterol, donde hay hambrunas y pobreza, no hay alergias, se dice. También en lo espiritual son frecuentes las reacciones alérgicas, las estrategias desaforadas de defensa inmunológica, entre la gente que vive en el sedicente lado bueno del planeta. Eso que se ha dado en llamar el malestar de la cultura contemporánea va por ahí. Pero también hay manifestaciones de este fenómeno en lo cotidiano, especialmente en las ciudades, donde el aislamiento es más feroz que en lo que va quedando del mundo rural. La desazón en el mundo laboral, la disconformidad con el sistema de recompensas y sanciones, la amargura por la falta de reconocimiento individual no son más que eso: reacciones de una memoria inmunológica antigua. Gritos en la noche reclamando atención sobre el sí mismo, angustia por la pérdida de la identidad personal. Estamos dejando de ser personas porque ya no poseemos nuestra propia identidad; y la memoria espiritual-biológica se rebela contra eso. Como contrapeso a ese proceso de anomia, nos refugiamos en el espejo: nos miramos más que nunca a nosotros mismos, queremos asegurarnos de que seguimos estando ahí. Cuando se entiende que esas formas de egoísmo no son más que miedo a desvanecerse y desaparecer, esos seres encerrados en sí mismos ya no atraen sobre sí la reprobación, ni el juicio, ni la condena. Tan sólo la piedad.

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