martes, julio 28, 2009

Estoy leyendo a Stieg Larsson...

Suelo leer a gente que lleva muerta mucho tiempo; de ordinario, siglos. A veces, muchos siglos. Me marea el volumen de publicación contemporáneo y necesito siempre ayuda, orientación. Gracias a una de esas ayudas, estoy leyendo a Larsson, que está muerto pero es de ahora. Es la primera vez en mucho tiempo en que me identifico con el texto de una novela contemporánea: describe una cotidianeidad urbana de la que participo. No hay más. Ni menos. Luego está la trama, sí, y sus presuntas fintas socialdemócratas (¿socialdemocracia es igual a sociedad de consumo? ummm... Interesante sospecha). Pero esos textos son de mi tiempo. Quizá en eso consista la postmodernidad: Millennium (voy por la segunda novela de la trilogía) no enseña nada sobre el ser humano; sólo describe lo que se ve. Lo cual me lleva a otra nanorreflexión: siempre he abordado la postmodernidad por su cara norte, por el análisis del lenguaje, por la hermenéutica de los textos, por la filosofía de la religión, por la levedad evanescente del discurso. Quizá todo sea más fácil: la postmodernidad es describir lo que se ve; sin más. Pero, ¿de verdad que no hay más? En ese caso, habría que ir más allá del pensiero debole. Porque esa posmodernidad tiene un sinónimo: lo políticamente correcto. Desde Baudrillard sabemos que el sistema integra a la marginalidad, desactivándola. Se me antoja que, en realidad, las novelas de Larsson se encuadran en el núcleo duro de lo políticamente correcto, de lo compartido sin cuestionamiento: quizá por eso están arrasando en el mercado, quizá por eso me resultan adictivas, quizá por eso son aptas para venderse (de hecho, es así) en un kiosko de prensa.

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miércoles, julio 22, 2009

El instinto de las gallinas

Copio de Simone Weil y me estremezco: "Todos los seres humanos (...) a los que, en razón de mi amistad, haya podido dar la posibilidad de hacerme daño fácilmente, se han complacido en hacérmelo, ya haya sido de forma ocasional o con frecuencia, de forma consciente o inconsciente, pero todos alguna vez. Cuando reconocía que era consciente, cogía un cuchillo y cortaba la amistad, sin advertir por otra parte al interesado. No actuaban así por maldad, sino por efecto de ese fenómeno bien conocido que empuja a las gallinas, cuando advierten que una de ellas está herida, a arrojársele encima a picotazos. Todos los hombres llevan dentro de sí esa naturaleza animal que determina la actitud con sus semejantes, con su conocimiento y su adhesión o sin ellos". No es extraña al mundo la presencia del mal. Como tampoco, aunque sea más infrecuente, o menos visible, la del bien.

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domingo, julio 12, 2009

Fauna domesticada

Cuántas veces no habré asistido a conversaciones como las de este vídeo (no conozco a sus autores, pero les felicito desde aquí por su inteligencia), que me pasa un amigo por email. Me he acordado de... ¡20 años atras! Los mismos bares, los mismos tipos, la misma pose. Y, sí, la Alameda, ya no es así. Torrente Ballester tiene una descripción genial parecida de la bohemia de París de los años 30 del siglo XX al principio de 'Los Gozos y las Sombras'. -Sólo hay una prueba del algodón: la de la coherencia después del paso del tiempo.


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