Honestidad y competencia
El discurso institucional, cualquier discurso institucional, ya no es capaz de sintonizar con la realidad cotidiana (Jovell). Los individuos inmigran hacia su propio interior una vez que se han roto los puentes de comunicación con la institución, cimentados un día sobre la confianza. La base de esa confianza es el contrato psicológico de los individuos con la organización: lealtad y eficacia a cambio de justicia y reconocimiento. Si esas expectativas no se cumplen, si esa esperanza falla, se rompe la confianza. Porque se han roto las reglas del juego. Es importante definir esas expectativas en un lenguaje común a ambas partes del contrato. De ahí que la verdad, la veracidad, tengan tanta importancia en este contexto. Todo esto va más allá de la cultura del pacto (Hobbes o Rousseau, da lo mismo), más allá del acuerdo. Todo esto contiene un núcleo ético que se articula en torno a las ideas de honestidad y competencia como matrices de la confianza. Se confía al máximo en alguien con un alto nivel de honestidad y confianza. No se confía nada en alguien que sea deshonesto e incompetente a la vez. Puede existir algo de confianza, aunque en grado insuficiente para desarrollar una cultura organizativa, en quien sea competente pero deshonesto y, también, en quien sea incompetente aunque honesto. El liderazgo es honestidad y competencia. Donde esos valores no se dan en alto grado, hay que recurrir a la amenaza, al poder, para evitar el caos. Ya no hay líderes, sólo carceleros (Nietzsche). Ese balance de honestidad y competencia incide directamente, automáticamente, en tres elementos de la vida de las organizaciones: el grado de compromiso de sus miembros con la misma, la calidad de las relaciones informales entre los miembros de la organización y el conocimiento de la organización por parte de sus integrantes.
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