domingo, noviembre 12, 2006

A pesar de todo

He visto lobas hambrientas limarse las uñas por el amor de un cervatillo. He vivido entre cadáveres que soñaban que era el mundo el que había muerto. He nadado entre pirañas que han mordido mi carne y, luego, la han escupido lejos por encontrarla demasiado sosa o salada. He contemplado el holocausto de miles de almas asesinadas por la traición y las buenas intenciones. Vivo con gente que sufre por futilidades que harían sonreír a un niño de otros tiempos. Vivo en un mundo extraño, en la comunidad de los bautizados en el cinismo desde antes de nacer. Sin embargo, es mi gente, éste es mi lugar. Todo eso es mi sitio. Y, a pesar de todo, no sé por qué, mantengo una esperanza, esa niña pequeña que le daba cada mañana los buenos días a Péguy. Una cierta confianza en que vivir no consiste en apuntarse a cuatro ideas que ayuden a ir tirando. Vivir debe ser algo más. Después del absurdo, queda la vida.

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martes, noviembre 07, 2006

La sed

Vivimos sedientos. De odio, de amor, de compasión. Y tenemos miedo. Por eso, respondemos a zarpazos o nos escondemos, da igual: recurrimos a la estrategia que nos dé mayor seguridad. Mientras tanto, la sed de los muertos en el camino se va haciendo presente. La gente confía más en su perro que en su madre. Cuánta sed.
Como bien sabían los herméticos, las cosas simples son las que siempre habitan en la esfera superior. Existe un único conocimiento: la contemporaneidad. Se escribe, se piensa, se vive la propia época. Y cada momento es cotidiano, nada extraordinario. Es la parcialidad del conocimiento incompleto del observador lo que hace de una época algo excepcional. Se pueden gastar años y vidas en el estudio de una época y sólo al final, como en una visión, después de miles de libros leídos y de alguno que otro escrito, aparece ante los ojos la existencia verdadera de las cosas: su normalidad. Por eso, un hombre libre es aquel que no se siente responsable de las ansias, fracasos o sufrimientos de los demás. Solo desde la clarividencia se entiende la libertad. Y, paradójicamente, el amor. Por eso es tan importante recoger el testigo del mandato de Adán: ponerle nombre a las cosas, nombrar la realidad. De ahí precisamente que en Los gozos y las sombras (Torrente Ballester), se diga que enamorarse es haber encontrado a alguien junto a quien sentirse verdadero.

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lunes, noviembre 06, 2006

Lo que queda, lo que somos

Vivir como de propina, después de tantas cosas. Cuando la vorágine obliga a nadar en la superficie de las cosas, negando la profundidad de los buenos sentimientos. Cuando el cansancio es una humillación de la inteligencia. Cuando la sucesión de los días es un abandono, un alejamiento de no se sabe qué ruta hacia las Islas de las Especias. Cuando todo pesa tanto y nada pesa lo suficiente, es bueno escuchar la voz de los antiguos.
Ahora bien, ¿quiénes son los antiguos? ¿Tenemos lares, brujas, druidas, vírgenes sacrificiales, poetas sagrados? Qué nos queda, además de la ironía que un día fue una defensa y ya sólo es un veneno. Cómo limpiarse en un mundo que ha perdido su sentido de animal sacramental.
Queda la voluntad de no rendirse. No es más que el instinto, el aullido genético de millones de años atrás. Queda la luna, y el viento en la cara y las noches de lluvia. Tal como se ven, sin metáforas. Sólo con la belleza de las ruinas, que, como las estrellas, necesitan ser percibidas, como decía Rilke, para existir.
Quedan las fisuras de la armadura, las grietas del muro que revelan el incendio en el alma de al lado.
Queda el decente dominio del oficio. Un poco burgués, quizá. Pero quien tiene dificultades para llegar a fin de mes también posee la libertad del imprevisto homenaje a sí mismo mediante algún bonito lujo de pequeño burgués.
Queda una historia hermosa, quizá dos o tres al año, por contar. Queda un mes de cada doce, más o menos, para descansar y pensar. Sintiendo cómo la sangre fluye rápido, rápido, como en un zapping de televisión. Queda la voluntad de estudio, arrancada a la madrugada, que es el padre y la madre de todos los sabios. Queda la inteligencia, satisfecha de sortear las trampas cotidianas. El pitillo salvador, que te libró de volverte cada día un poco más canalla. Queda… No queda ningún verso fácil, ninguna moraleja feliz. Queda la supervivencia del no traicionarse. De apretar los dientes para no comer carne humana jamás. Queda el milagro de hacer magia con el mundo sin tenérselo que inventar. Queda, en el fondo, la obra de arte más difícil: bucear en la basura y, sin huir ni renunciar, saberse al final una sombra de algo que es casi humano y, a la vez, mucho más.

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domingo, noviembre 05, 2006

En general

Hola, ya estoy en casa.
Perdón por el retraso. He estado fuera un tiempo, poniendo orden en mi sistema planetario, buscando mi centro de gravedad. Pero ya estoy aquí. Atento al crujir de la grava en el camino, listo para compartir un pedazo de silencio o una buena historia después de cenar.
He vuelto de un largo viaje. De muchos de vosotros, no me despedí al marchar. Ni una palabra. Me desvanecí. Demasiado dolor, demasiadas ausencias. Me llevé de recuerdo algunos tesoros y, también, un sinsabor de cuenta pendiente, de relato por terminar. Pero ya estoy en casa. Los nómadas también necesitan descansar.
Hoy he ventilado la cueva, he sacudido el polvo al viejo sillón; he comprado licor, he lavado a conciencia los ceniceros de cristal y he cambiado la bombilla fundida de la lámpara baja de la sala de estar. Las volutas de humo vuelven a enredarse entre los muebles. Sobre la mesa, desperdigados a su amor, libros, cuadernos de notas y servilletas anotadas en la barra del bar. Bienvenidos, de nuevo, al antro del amanuense que huele a historias, donde nunca hay preguntas y siempre hay coñac, robado en el bar del Cóndor durante el turno de noche. La madrugada de las palabras vuelve a ser el tiempo del corazón.

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