martes, noviembre 07, 2006

La sed

Vivimos sedientos. De odio, de amor, de compasión. Y tenemos miedo. Por eso, respondemos a zarpazos o nos escondemos, da igual: recurrimos a la estrategia que nos dé mayor seguridad. Mientras tanto, la sed de los muertos en el camino se va haciendo presente. La gente confía más en su perro que en su madre. Cuánta sed.
Como bien sabían los herméticos, las cosas simples son las que siempre habitan en la esfera superior. Existe un único conocimiento: la contemporaneidad. Se escribe, se piensa, se vive la propia época. Y cada momento es cotidiano, nada extraordinario. Es la parcialidad del conocimiento incompleto del observador lo que hace de una época algo excepcional. Se pueden gastar años y vidas en el estudio de una época y sólo al final, como en una visión, después de miles de libros leídos y de alguno que otro escrito, aparece ante los ojos la existencia verdadera de las cosas: su normalidad. Por eso, un hombre libre es aquel que no se siente responsable de las ansias, fracasos o sufrimientos de los demás. Solo desde la clarividencia se entiende la libertad. Y, paradójicamente, el amor. Por eso es tan importante recoger el testigo del mandato de Adán: ponerle nombre a las cosas, nombrar la realidad. De ahí precisamente que en Los gozos y las sombras (Torrente Ballester), se diga que enamorarse es haber encontrado a alguien junto a quien sentirse verdadero.

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