lunes, noviembre 06, 2006

Lo que queda, lo que somos

Vivir como de propina, después de tantas cosas. Cuando la vorágine obliga a nadar en la superficie de las cosas, negando la profundidad de los buenos sentimientos. Cuando el cansancio es una humillación de la inteligencia. Cuando la sucesión de los días es un abandono, un alejamiento de no se sabe qué ruta hacia las Islas de las Especias. Cuando todo pesa tanto y nada pesa lo suficiente, es bueno escuchar la voz de los antiguos.
Ahora bien, ¿quiénes son los antiguos? ¿Tenemos lares, brujas, druidas, vírgenes sacrificiales, poetas sagrados? Qué nos queda, además de la ironía que un día fue una defensa y ya sólo es un veneno. Cómo limpiarse en un mundo que ha perdido su sentido de animal sacramental.
Queda la voluntad de no rendirse. No es más que el instinto, el aullido genético de millones de años atrás. Queda la luna, y el viento en la cara y las noches de lluvia. Tal como se ven, sin metáforas. Sólo con la belleza de las ruinas, que, como las estrellas, necesitan ser percibidas, como decía Rilke, para existir.
Quedan las fisuras de la armadura, las grietas del muro que revelan el incendio en el alma de al lado.
Queda el decente dominio del oficio. Un poco burgués, quizá. Pero quien tiene dificultades para llegar a fin de mes también posee la libertad del imprevisto homenaje a sí mismo mediante algún bonito lujo de pequeño burgués.
Queda una historia hermosa, quizá dos o tres al año, por contar. Queda un mes de cada doce, más o menos, para descansar y pensar. Sintiendo cómo la sangre fluye rápido, rápido, como en un zapping de televisión. Queda la voluntad de estudio, arrancada a la madrugada, que es el padre y la madre de todos los sabios. Queda la inteligencia, satisfecha de sortear las trampas cotidianas. El pitillo salvador, que te libró de volverte cada día un poco más canalla. Queda… No queda ningún verso fácil, ninguna moraleja feliz. Queda la supervivencia del no traicionarse. De apretar los dientes para no comer carne humana jamás. Queda el milagro de hacer magia con el mundo sin tenérselo que inventar. Queda, en el fondo, la obra de arte más difícil: bucear en la basura y, sin huir ni renunciar, saberse al final una sombra de algo que es casi humano y, a la vez, mucho más.

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