jueves, octubre 18, 2007

Pensar

Quizá no lo esté haciendo mal. Quizá mi comportamiento cotidiano sea ese comportamiento excepcional que busco en las ideas. Quizá ocurre que ya hago lo que busco conocer, lo que quiero dominar. Porque sé pensar. Y eso es, hoy, excepcional. Quien sabe pensar domina los acontecimientos. Detrás de todo eso hay una cierta ética, puesto que a veces (Steinbeck) a los hombres les gusta ser estúpidos con tal de poder hacer algo que les prohíbe su inteligencia. A su vez, cierta ética es indisociable de un sentido épico de la existencia. La épica de la hospitalidad. La idea de comportarnos como huéspedes (Steiner, Pablo, la hospitalidad homérica), como invitados unos de los otros en esta tierra, que deriva en una confluencia paradójicamente nietzscheana: la actitud sumamente aristocrática de no torturar a los demás. Por eso (otra vez Steinbeck) sólo se puede ser bueno cuando se siente la necesidad de ser perfecto. De ahí que, en el análisis de los orígenes del cristianismo, la ética sea, sobre todo, de naturaleza política; lo que encaja perfectamente con el momento luminar del helenismo y su influencia sobre Roma: si el emperador es Soter, Salvador, es lógico que el Estado reaccione, en un momento dado, contra quienes presenten otro Soter, otro Salvador, a los ojos del mundo. Un Soter real, de carne y hueso. Cualquier cosa menos un místico: he ahí una de las claves de la subversión jesuática. Y de las que mejor explican su peligrosidad.

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