domingo, diciembre 07, 2008

Acentos

He empezado a escuchar en el móvil, camino del curro, archivo por archivo, una colección de temas de Navidad; gregoriano, monjes de Silos. Es una música áspera, de la que no he empezado a disfrutar hasta que caí en la cuenta de que esas notas tienen más de 1.000 años. En un mundo que ha malbaratado la alegría (gozar es ir de compras, como dice Sabato), el hecho de la Navidad es absurdo. No tiene sentido. Sólo se mantiene en pie su carcasa vacía, por inercia. También, por pura voluntad. Pero sin pasión. Para los monjes benedictinos del siglo XI, y para los seres humanos contemporáneos, el hecho de la Navidad era, ni más ni menos, que una teofanía, una manifestación de lo divino... Consistente en que Dios, con toda su fuerza terrible, se hace uno de los nuestros. Un asunto serio. Inaprehensible. Trascendente. Por encima del entendimiento natural. Sobrenatural. Pero no triste. Tras el estupor inicial que provoca caer en la cuenta de un hecho tan inabarcable, rompe la alegría. La alegría de saberse visitados por Dios. Ése es el acento que explica la cadencia del canto gregoriano de Navidad. 

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